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jueves, 10 de junio de 2010

Grupo G, tercera entrega

Brasil

Es fácil hablar de esta selección, lo difícil es decir algo que no sepan todos. La premisa que no se puede obviar en todo razonamiento futbolero es que Brasil es, siempre, el equipo que mejor juega con la pelota en los pies; lo que lo pone al mismo nivel que Italia, el conjunto que mejor juega sin la pelota. Esto no depende necesariamente de los players de turno, es una identidad definida que se fue labrando a lo largo del Siglo XX y los pocos años del XXI. Así como los ingleses o los alemanes, Brasil sabe, antes que los intérpretes, a qué se va a jugar.
Que Brasil pierda es posible, lo que no quita que sea una anomalía. Puede pasar, aunque nunca es lo más probable. Generalmente, la verdeamarelha pierde por dos razones: cuando tiene un equipo descomunal enfrente (cosa que no recordamos cuándo pudo haber pasado, quizás ante Italia 1982) o, más frecuente, por su propia desidia, hecha de suficiencia y exceso de confianza en la próxima capacidad. La eliminación con Francia en 2006 fue un claro ejemplo de esto: pasaron sin despeinarse la primera ronda y los octavos, y con la misma actitud de repente se vieron abajo en el marcador contra un equipo relativamente poderoso. Ahí, algunos se acordaron de jugar (el nunca suficientemente valorado Ronaldo, por ejemplo, cuyo despliegue con la panza a cuestas fue conmovedor de ver); otros se dieron cuenta que se iban y empezaron a pensar cómo armaban las valijas para disimular las boludeces tecnológicas y los perfumes que comprarían en el free shop (el sobrevalorado Ronaldinho, jugador emblemático del Siglo XXI: firuletes bárbaros para campañas publicitarias, bastante menos de juego en serio).

Se repiten en estas circunstancias estas normas, con el agregado de que, como no sucedía quizás desde Italia ’90, Brasil trae esta vez pocas estrellas. En parte, porque Dunga es un tipo inteligentísimo (lo era también como jugador). También, porque mucho más no hay. Lo primero que hizo este verdadero prócer de la verdeamarelha fue reeditar las típicas cagadas a pedos que lo caracterizaban como número 5. A todos los viejos y gordos cracks del pasado los limpió de un plumazo. Chau Gordo (cómo lo vamos a extrañar), Chau Firulete, Chau Roberto Carlos, Chau Cafu, Chau Adriano… Y convocó a jugadores quizás un poco menos talentosos, seguramente con menos cartel (en ese momento, ahora ya son estrellas), pero con un hambre terrible, cosa que no sucedía con el jugador brasileño desde hacía mucho tiempo. La jugada le salió bien: luego de abrochar a la inverosímil Argentina del Coco Basile en la Copa América, todas las estrellas morían por volver y Dunga los hizo curtir bastante hasta darles chances (a algunos, como Ronalidnho, que la desperdició en los Juegos Olímpicos de Beijing). Finalmente, quedó la base con la que arrancó, pero mucho más fortalecida por la experiencia de jugar juntos durante 4 años y, encima, con varios éxitos en el lomo, como ganar la Copa Confederaciones, las Eliminatorias…

Lo curioso de estas últimas generaciones de Brasil es que las estrellas están ahora en la defensa, lo que debería hacerlos más temibles que nunca: sacando a los laterales (siempre os melhores do mundo), el verdadero talón de aquiles de los brazucas ha sido siempre la pareja de centrales (basta con recordar a Junior Bahiano) y el arquero. Pues bien, cagamos: ahora tienen a Lucio –quizás el mejor del mundo en su puesto– y Juan –de primerísimo nivel también. Encima, tienen a uno de los tres mejores arqueros del planeta: Julio César. Para colmo, de 4 juega Maicon, que es tan bueno como el viejo Cafú, pero viene en versión patova. Del otro lado, está Gilberto Melo, que quizás sea el peor de los 4, pero tan malo no debe ser porque Dunga lo elige cuando podría poner a Dani Alves ahí, aunque no sea su puesto natural. Más claro todavía: Brasil se da el lujo de tener al 4 del Barcelona –que debe ser el mejor lateral del universo después de Maicon– en el banco.

Por suerte, el medio es más flojito. El 5 es un poco picapiedras –el otro Gilberto, suponemos– y al lado está Elano, que siempre anda con la temperatura bajo 0. Está también Kaká, del que tememos asegurar que está terminado porque no deseamos que se enoje y nos quiera demostrar lo contrario. Si lo hiciera, el resto de los equipos debería contentarse con el segundo puesto. Para ser el mejor del mundo no le falta nada más que un poco de azúcar y ganas. Por suerte está en el Real Madrid, por lo que ya se debe a haber acostumbrado al sabor amargo. Como cuarto volante, un tipo que mete miedo: la bestia Baptista, al que todavía nadie pudo descifrarle el puesto, pero físicamente es un animal (si no pregúntenle a Ayala) y le pega como un caballo (para más referencias, dirigirse al campo del Sr. Abbondanzieri).

Arriba andan flojitos, menos mal. Luis Fabiano es exquisito, pero bastante intermitente. Al lado otro con el mismo síndrome: el mimoso Robinho, jugador que no terminamos de comprender. Hay días que es Garrincha. Otros es Saturno. El resto es relleno, pero como es brasileño, ya lo sabemos: la tocan siempre y le pegan bien todos.

Pero entonces, ¿Quién podrá salvarnos de que estos conchudos sean campeones otra vez? ¿Quién nos protejerá de estos forros, que con socarrona sonrisa gritarían “hexacampeào”?

La respuesta es… ¡Superblatter!. Es para sospechar que el próximo Campeonato Mundial, 2014, se juegue precisamente en el país del carnaval. Y, por la salud de todos los hinchas que vayan allá, mejor que lo ganen los locales, porque otro maracanazo no se van a bancar. De lo que se infiere que está jodido que la FIFA les permita el campeonato ahora. Arriesgarse a que cualquier equipo gane 2 veces seguidas la Copa es mucho. Conclusión: a lo sumo llegarían a semis (con suerte, lo dudamos). Pero algún árbitro asiático, si es necesario, se equivocará, lo que permitirá una reparación oportuna en la próxima cita mundialista. Reparación que seguramente sea útil a los fines obvios de 2014. Así que miremos el mundial tranquilos, argentinos resentidos, amantes del bilardismo y otros cultos autóctonos. Por segunda vez, a ellos no les toca. Qué alivio.

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